martes, 10 de mayo de 2011

Relato de un Minero

Una historia de amor (Amor de un Padre)

Lo que pudo haber sido la mejor historia de amor en mi vida término en tragedia. Una historia de amor al padre, al origen, a la familia que marca el camino personal de cada individuo.

Corría el año 1059, tenía 23 años cuando ya en el mes de enero empezaron grandes cambios en mi vida. Nuestra familia abandonó la deficiente y lejana casa de los abuelos en La Roza para trasladarnos a una nueva casa en Rozaes. Un nuevo hogar con las comodidades que podíamos permitirnos, mas vecinos con quienes charlar, mejores medios de comunicación… en pocas palabras, una mejor existencia para todos, especialmente para mi hermana que padecía problemas de movilidad debido a la polio.

Como es fácil suponer todas aquellas mejoras nos aportaban una gran alegría, En abril del mismo año, continuo con la buena racha, contraje matrimonio con la mujer de mi vida, dando fruto a una hija que nacería en septiembre. ¿Podía esperarse mayor felicidad? Incluso, en el aspecto laboral, la situación mejoró considerablemente al ponerse en marcha un medio de transporte, se acababan definitivamente las largas y penosas caminatas, muchas veces acompañadas de frio, lluvia, nieve. Kilómetros recorridos a la ida cuando aún no había amanecido; para regresar al hogar con el cansancio a la espalda, desde la oscuridad de la mina a la oscuridad de la noche.

Quizás tantas cosas buenas tenían que pagarse, pero ni remotamente podía imaginar que el precio fuera tan alto, ni que la vida se truncase tan bruscamente.

Tenía que ser un día 13, número de mal agüero, un 13 de octubre maldito, para romper en un segundo toda la armonía que tanto costó alcanzar, para perder a mi padre, para romperse un hogar, para quedar un vacío que ya nadie podría llenar.

¿Cómo imaginar algo así cuando el día anterior estaba tan lleno de vida? Le había visto jugando con su nieta, haciéndole carantoñas, con el brillo en los ojos de quien ve un futuro esperanzador para la familia ¿Cómo pensar que le quedaban tan pocos momentos de felicidad?

¿Quién podía presentir nada malo en aquella mañana del 13? Yo salía del trabajo con un compañero; allí mismo, junto a la casa de obreros, encontré a mi padre preparado para entrar al tajo. Estábamos en el mismo pozo minero y teníamos el mismo horario, por ello era bastante extraño verlo preparado para entrar. No tardó demasiado en comunicarme que se quedaba unas horas para cubrir a un compañero. No era raro, al contrario, era práctica habitual por el alto sentido del compañerismo que existía.

Decidí, entonces, ofrecerle la mitad del bocadillo que no pude terminar, pero él ya había encargado uno en un bar cercano. Eran las tres de la tarde cuando cruzábamos tan breves palabras, antes de una nueva entrada en el pozo.

No había pasado demasiado tiempo, lo que ahora siento como un suspiro… A las seis de la tarde, mientras estaba con mi mujer y la hija, vi llegar a un familiar en moto. No venía de visita sino a buscarme. “ Tu padre ha tenido un accidente”, fueron sus palabras.

Aunque la noticia no era en absoluto deseable, no creía, ni se me pasaba por la cabeza algo verdaderamente grave. A fin de cuentas un accidente en la mina era el pan nuestro de cada día, podía ser cualquier cosa, además mi padre era fuerte para superarlo.

Fue al llegar a Blimea y ver aquella multitud de gente delante del Botiquín, cuando pude comprender lo que en realidad había ocurrido. Al entrar allí y encontrar a mi padre inmóvil, frío, sin vida, la mía propia parecía desvanecerse. El mundo, con todo su peso, me cayó encima. Tan sólo tres horas antes había disfrutado de su alegría por vivir y en aquel momento, sabía que el dolor no terminaría ante la imagen de su cuerpo inerte, el dolor crecería aún más al llegar a casa, al compartir su repentina y definitiva ausencia con la familia.

Todo resultaba demasiado injusto. Cuando empezaba a saborear las mieles de la vida, tras tantos años de penurias, junto entonces el destino lo robaba. En el momento que más le necesitaba porque también daba los primeros pasos como padre y necesitaba sus consejos, su apoyo constante.

A partir de entonces guardo su imagen inalterable, una sombra protectora a la que recurro en momentos de duda buscando una respuesta. Nunca sabré a ciencia cierta si mis actuaciones son siempre de su agrado, a veces tengo la sensación de que me comunica algo. Tal vez porque nunca quise olvidarle y el tiempo dejó el poso dulce de quien me quiso sin esperar nada a cambio. A quien quiero más allá de la ausencia.

Gerardo Corte Fernández

Rozadas –Bimenes

No hay comentarios: