
«Enseñar a niños no es sólo dar matemáticas; también tienen que aprender de la vida»
ÁNGEL GARCÍA GARCÍA Maestro recién jubilado
A. RUBIERA
Ángel García García (Bimenes, 1951) dice adiós a la docencia con 60 años recién cumplidos y treinta y ocho cursos en las aulas asturianas. En Villar de Limosnera (Langreo), Jacinto Benavente (Vega) -donde estuvo diecinueve años- y Clarín se quedan sus experiencias más intensas y donde pudo echar el suficiente tiempo para desarrollar algunos de sus singulares proyectos educativos. Esos que han hecho de Ángel García el maestro «que hacía coses rares». Cosas raras como montar huertos escolares allá adonde fuera -incluso a la orilla del Piles-; instalar gallineros en algún patio; disponer de un horno como material imprescindible de aula para poder degustar bollinos preñaos en los recreos, hacer bizcochos o boroñes, asar manzanes o aprovechar el tiempo de castañas; o utilizar el hornillo del laboratorio para hacer «palomitas» con el maíz cosechado por los alumnos.
Maestro vocacional de Primaria, Ángel García integró además la primera promoción de expertos «habilitados» en llingua y posteriormente se convirtió también en formador de docentes en el CPR de Gijón durante catorce años (Centro de Profesores y Recursos). Especializado a posteriori en Conocimiento del Medio (sobre todo en Botánica y Zoología), lo mismo se ha enfrentado a clases de astronomía que diseccionaba conejos con sus alumnos en horario del recreo. La semana pasada sus compañeros de muchos años compartieron con él su comida de jubilación.
-¿El maestro de les «coses rares» nunca tuvo un disgusto por ser tan alternativo?
-Prácticamente ninguno. Alguna pequeñez, como la denuncia que hace unos años planteó una familia a la dirección del Colegio Clarín por una mala interpretación que se hizo de una actividad mía habitual con los alumnos: la disección de un conejo.
-¿Diseccionar un conejo?
-Es una actividad que siempre planteé voluntaria y en el horario del recreo, para que el niño que pudiera sentir asco no lo viera. Yo traía un conejo mío, ya muerto, y los alumnos medían los intestinos, veían el hígado, el corazón... todo. Es muy educativo. El caso es que se corrió la voz y un padre de una niña que no era ni siquiera alumna mía mandó una carta al director diciendo que no se debían consentir ese tipo de burlas a un animal. Y todo porque un alumno se llevó el rabín del conejo al recreo y anduvo con él haciendo bromas. Por carta expliqué a la familia lo que habíamos hecho y todo quedó aclarado. Fue una pequeñez de problema. Puedo decir que en 38 años he disfrutado realmente del magisterio, lo mismo dando clase a alumnos que a compañeros. Me voy porque creo que es el momento, pero lo hago con muy buen sabor de boca.
-Y se va con buenas dedicatorias...
-Sí. Me emociona cuando alumnos míos de hace muchos años, como los que tuve en Villar de Limosnera, me hacen dedicatorias en las que me dicen «gracias por demostrarnos que aprender es divertido», o «te debo parte de lo que soy». Es entrañable y una gran recompensa.
-Enseñó a alumnos a plantar y vender lechugas, a hacer pan, a mayar, a coger fabes... ¿Qué entiende por educación y qué perseguía con esas clases?
-Lo primero que siempre intenté es que los niños vinieran contentos a clase. Ésa fue mi máxima. También es importante que aprendan mucho. Pero mucho no es sólo matemáticas, también es aprender de la vida. Y para mí hay cosas importantes, como saber de dónde vienen los productos, de ahí que tuviéramos huerto. Y por eso siempre he hecho con los alumnos tantas salidas. Porque nunca puedes explicar, ni los críos pueden comprender bien, sólo a base de imágenes y palabras en la clase. Una visita a un museo, a una fábrica, a lo que sea, favorece que el conocimiento sea mucho más profundo. Puedo decir que lo que realmente me enriqueció como maestro han sido las actividades complementarias, ya sean salidas con los alumnos a ver Cogersa, hacer herbarios o teatro escolar.
-Pasó más de una década en equipos directivos, pero ha querido jubilarse de maestro.
-Siempre quise ser maestro tutor. A mí, en su momento, me nombraron director de oficio y fue algo totalmente accidental en mi trayectoria. Es cierto que en el Colegio Vega, donde más tiempo estuve, disfruté como director de los éxitos que tenía el colegio y del gran equipo que se juntó allí. De hecho, creo que un colectivo pedagógico como el que hubo en Vega hace una década es difícil que vuelva a juntarse. Y los que lo vivieron, tanto familias como alumnos, lo sabrán reconocer. Pero en cuanto pude dejé la dirección. A mí me llenaba mucho más el contacto con los niños.
-Alguien que disfruta tanto de la docencia, ¿cómo se ve el momento actual?
-Creo que la educación está perdiendo en algunas cosas, por ejemplo, en el contacto de maestros-familias. Yo viví un contacto muy intenso en Villar de Limosnera y en Vega, y puedo garantizar que eso siempre aporta.
-¿En qué beneficia eso a un alumno?
-La educación es algo integral y hacer una fiesta de Sanmartín en un colegio, y que se llene el comedor de padres para hacer callos que luego se van a degustar, o montar talleres de cocina y que se convierta en una cita de 20-30 familias, es un gusto y es algo que da vida a un colegio. Es así como se establece una gran colaboración entre escuela y familia, que siempre irá en beneficio de los niños. Todo eso que parece tan lejano no fue hace treinta años, fue hace sólo hace diez. Ahora muchos actos culturales no los puedes hacer porque no hay dinero y otros porque no sabes si tendrán poder de convocatoria.
-Pues no pintan buenos tiempos para todas esas actividades extraordinarias de los colegios.
-Sí, y temo que vaya a haber una reducción drástica de muchas actividades, como son las salidas culturales, que son muy educativas y a los niños les aportan mucho. Yo nunca pensé en no hacer algo por lo que me pudiera pasar con los neños. Por mi experiencia, los críos son más responsables fuera de clase que en el aula. Y siempre van a ser trabajos que redondearán lo que haces en clase.
-¿Se queja de las nuevas generaciones de alumnos?
-No. Yo nunca tuve problemas importantes ni con los alumnos ni con las familias, porque siempre me entregué a ellos. Si hacíamos «coses rares» era para atraerme a los niños, para tener vivencias que nos unieran. No todo es matemáticas, lengua o conocimiento del medio. De todo se aprende. Y eso figuraba en mi programación de atención educativa, donde mis alumnos podían un día jugar al parchís, comentar una noticia de periódico, leer un libro o tener un taller de cocina.
-¿Al parchís?
-Sí, se puede hacer en horario de «atención educativa», que es la alternativa para los alumnos que no cursan llingua o religión. Pero que no se malinterprete, es un momento puntual; y eso es cálculo, no sólo diversión.
-¿Cómo ha visto en estos años la progresión de la cultura asturiana en los colegios de Asturias?
-Al ser de la primera promoción de maestros habilitados para dar llingua me tocó ser de los pioneros. Incluso luego formé a otros profesores en el CPR. Creo que el aprecio de los alumnos y las familias por la llingua cada año ha ido a más. Un buen ejemplo de eso es el Colegio Clarín. Cuando llegué, hace ocho años, no había alternativa de llingua; por mi experiencia y animado por algunos padres que lo pedían, pensé que había que ofertarlo. Resultó que empecé con un grupín y al año siguiente ya vino nombrada una profesora para el colegio. Y la oferta continúa.
-¿Y en cuanto a consideración de la Administración?
-Ahí la llingua no ha tenido demasiadas oportunidades porque no ha tenido mucho apoyo. Es una pena que después de tantos años la oficialidad no se consiga.
-Llega a la jubilación con ganas e interés por la docencia. ¿Por qué entonces acogerse a la jubilación anticipada que permite la ley de la función pública?
-Tengo 60 años y me planteo cuánto más podría sentirme fuerte para afrontar el trabajo con los críos. Este año, sin duda, sí me vería para seguir, pero tal como está el panorama... Además es importante que entren ideas nuevas porque las que uno tiene acaban quedando obsoletas y ya no gustan a los críos. Y luego están los retos profesionales. Yo creo que a mí me tocaron todos, todas las reformas habidas y por haber, y por último, el ordenador. Yo, que prefiero plantar lechuga que andar con el ordenador, tuve que enfrentarme el año pasado a la tesitura de que nos dieran un ordenador para cada alumno. Eso te obliga a actualizarte, a preparar actividades para que todos los días, al menos una hora o dos horas, los alumnos trabajen con el ordenador. Y combinándolo con los libros de texto. Puedo decir que fue una experiencia guapa y comprobé que Ése es el futuro. Está claro.
-Y el mismo día en que se jubila, su hija accede a su primer destino como maestra.
-Es la gran satisfacción mía. Que, tal como está el mundo laboral, y después de todo lo que se formó, fue a coincidir que ella tomara posesión en Campomanes como maestra interina de llingua el mismo día que yo ceso en la enseñanza.
-¿Un consejo para que los nuevos maestros disfruten del magisterio?
-Que se entreguen, y que lo hagan pensando más en el interés de los niños que en el horario suyo. Si quieres hacer algo novedoso, tienes que echar mucho tiempo
-¿Sin miedo a las nuevas generaciones de alumnos?
-Eso no me preocupa. Yo creo que las generaciones no son mejores o peores. Eso va por promociones. Puedo decir que entre las mejores promociones de mi vida, si no la mejor, ha estado la última. Y tengo claro que a los niños, si se les estimula, cumplen.
noticia de la nueva España:
http://www.lne.es/gijon/2011/10/10/ensenar-ninos-dar-matematicas-aprender-vida/1140387.html